Fuente Imagen: ONU-Hábitat
Éste artículo es una reproducción del publicado en el blog #JóvenesDeOpinión. Los invito a acceder al blog, donde encontrarán opiniones de temas de actualidad, a cargo de las plumas de profesionistas jóvenes y líderes de opinión en su rubro.
El día de hoy comienza una nueva etapa en el protocolo de emergencia sanitaria en el país: la Nueva Normalidad. Ésta disposición del gobierno mexicano, rechazada por varios estados, significa la reapertura gradual de actividades laborales y económicas con el fin de reactivar la economía nacional. Muchas personas regresarán a sus lugares de trabajo, lo que implica el uso del sistema de transporte urbano y de los espacios públicos.
Pero recuerden que ésta es “la Nueva Normalidad”, ya nada será igual. La pregunta es, ¿están preparadas nuestras ciudades para ello?
La manera en la que percibimos las ciudades siempre ha estado en constante cambio, y ésta pandemia no es la excepción. El distanciamiento social, el uso obligatorio de cubre bocas, y la desinfección de superficies son algunas de las medidas que se tomarán para mitigar el riesgo de contagio. Restaurantes y negocios reabrirán al 30% de su capacidad, con el fin de guardar la sana distancia. Pero no podemos evitar que lugares como los autobuses, microbuses, taxis, y la redes del metro sean focos rojos, debido al hacinamiento de las personas en el trayecto a su trabajo. No hay otra opción, ¡no todos tienen automóviles, deben moverse de alguna manera!, es una expresión frecuente en muchos que minimiza el problema del desabasto en el tema de movilidad urbana.

Fuente imagen: Milenio
Éste punto antes importante, se vuelve vital al enfrentarnos al COVID-19; lo que significa que debe reestructurarse urgentemente para no marginar a ciertos sectores de la población. Éste debe tener en el centro de su política al usuario que necesita recorrer grandes distancias para llegar no sólo a su lugar de trabajo, sino a escuelas, sectores comerciales, de esparcimiento, etc., sin recurrir al transporte público ni al automóvil.
La bicicleta es el transporte alternativo por excelencia; es compacta, no requiere de combustible (por lo que no daña al ambiente) y genera muchos beneficios para su usuario; desde combatir la obesidad, reducir el riesgo de problemas cardiovasculares, hasta minimizar los niveles de estrés y ansiedad.
Pero en muchas ciudades, esto se hace prácticamente imposible ya que no hay espacios para la bicicleta, y los espacios “que existen” para ésta son invadidos muchas veces para otro tipo de uso (banquetas, comercios, incluso otros automóviles). Sólo basta con dar un vistazo a nuestras ciudades para darnos cuenta que muchos accidentes viales en donde se ven envueltos ciclistas, podrían evitarse si existiera un espacio delimitado y seguro para ellos.
Antes del COVID-19, ya existían programas y acciones emprendidas por el gobierno y organizaciones internacionales que pretendían tomar medidas y soluciones en cuanto al tema de movilidad urbana, pero estaban más enfocados a la situación de crisis ambiental que tenemos. Éstos programas deben adaptarse a esta nueva normalidad, donde el distanciamiento social nos obliga a mirar hacia otros tipos de transporte; el incluirlos en nuestro entorno, dándoles un lugar digno y seguro donde prosperar.
El cambio de movilidad y diseño urbano era algo que ya se necesitaba, y ya sea el COVID-19 o la crisis ambiental, iba a llevarnos a ello. Pero hay que recordar, éste cambio no sólo vendrá de la parte gubernamental, sino también de nosotros como sociedad. ¿Cuántas veces no hemos escuchado quejas en contra de “los ciclistas”? ¡No son un transporte real!, ¡Sólo estorban!, ¡Circulen sólo en la banqueta!, son expresiones que hemos escuchado muchas veces a lo largo de nuestro trayecto habitual. Debemos aprender a desaprender; eliminar esa mentalidad de “el automóvil es el único transporte” y convivir con otros sistemas de transporte. Las ciudades deben dejar de diseñarse exclusivamente para los automóviles y comenzar a diseñarse para nosotros; menos concreto, más áreas verdes.